lunes, 21 de septiembre de 2009
Crítica I.
La equidad, esquiva, sigue golpeando al bolsillo del más pobre, engordando la cebada fagocitación del millonario.
Se levanta a la mañana quien no tiene de dónde hacerlo ni un porqué, y mira con ansias al camino de tierra que no existe, ese por el cual deberían venir los corceles de la suerte y el dinero o el porvenir de la semilla, pero no.
Sólo un viento, temido y temible, tan previsible, le despeina el pelo duro al pobre, golpeado y cansado a las 6 de la mañana como vos lo estás a las 12.
El camino se cambia en discursos y de pronto el miserable ve que su ángel se escapa y no ingresa en la TV.
Desde allí, machos y hembras sin importar su género ni hacerse cargo, se escupen falsas mentiras (si es que dicha cosa existe) sobre cómo resolver el problema de la humanidad, el país y la realidad cotidiana urgente.
Y mienten.
Mienten porque son ricos, porque el cansancio que portan es resultado de la sangre del que no es rico, sino que es feo.
Feos y ricos, ya no pobres.
Feos porque son negros, bolitas, aindiados y tristes, con sus canciones amargas de terruños yertos, muertos de dolor nocturno y sin secretos fantasiosos.
Hacen el amor como conejos y procrean, no podemos pedirles que no lo hagan porque aún es gratis y es lo más puro del mundo.
Pequeños pichones oscuros, todos patitos feos en la fila donde el raro es el rico, comienzan un vuelo y velozmente son devorados por la prensa, por los medios y por los grandes hombres detrás de la cortina invisible.
Porque pedimos libertad y aquí la tenemos, una mezcla obtusa de dolor y sangre, bocas abiertas y lastimadas por manos que no tienen la ductilidad de un odontólogo.
Ellos, los tornillos del gran engranaje dejan que su espalda sea azotada por la mano del castigador patrón y no encuentran consuelo más que en un vaso de sangre de Cristo, o en la paz de no tener paz.
Después nos enojamos.
Decimos que son unos negros de mierda.
Que escuchan cumbia.
Les pagamos una porquería de jornal porque nos vengan a limpiar nuestras casas y enseguida, cuando nuestros drogadictos hijos nos roban un dinero barremos debajo de la alfombra la miseria y decimos que fue la negrita.
Luego, llamamos a otra indocumentada para que nos limpie lo que dejamos bajo la alfombra, seguros de que nunca se nos va a acabar esa tela, ese mullido decorado del insoportable esnobismo.
Tractorazos.
Millonarios absolutos enojados porque les sacan dinero.
Y no se detienen un minuto a pensar que lo que pagan como salario SEGURO es bajo y menos que mínimo y que sus obreros no se pueden dar el gusto de ir a ver dvd portátiles y comer asado al costado de una ruta que se adueñan, abanderando a una verdad falsa de mentidores y creyentes organizados bajo consignas comunistas, de derecha y de izquierda, más todas capitalistas.
Discursos.
Mujeres heredan poderes de hombres que heredan poderes de hombres que heredan poderes de imbéciles que heredan poderes de ladrones que heredan poderes del error y la desesperación que heredan poderes de la bota manchada que heredan poderes del perpetuo inconformismo argento, aunque, debemos decirlo, el episodio anterior al último que enumeré se ganó su lugar.
Somos ciegos y sordos ante todo menos ante nuestro espejo, porque de allí, de esa cobarde inocencia de decir “lo haré”, no lo hacemos y todos los días decimos “lo haré mañana”.
Una falsa revolución hija de la miseria, de sentir que el agua se mete en la boca y es agua servida.
Servida por un ser de traje inconciente y criado con la idea de ser más, a costa de usar como nafta fuel a la sangre del pobre, del condenado, del hincha de Boca más pequeño que come de un tacho de basura o toma vino, o fuma paco o se masturba en un rincón de la noche sin intimidad.
Niños hijos de la mañana fría, con pieles curtidas como asfalto que te miran a los ojos y tienen mucho más para decir con ello que vos con todas tus palabras.
Banderas de fuego que alumbran al momento y luego, claro, se apagan.
Cíclicamente la furia nos ha llevado al mismo páramo donde se retroalimentan las realidades en repetitivas diapositivas de la nada vaga, donde el hombre pelea contra el hombre y el perro contra el hombre.
Son esos lugares donde no hay paro, donde no se corta una ruta ni se lamentan muertes en la cancha.
Son los descomunales desiertos de la verdad, donde no tenemos más que ilusión y sin ella, sólo podemos rezar.
Rezarle a un Dios sin ojos, a un dios en minúscula que se parece tanto, pero tanto tanto a un presidente que tendremos que considerar que el hombre tiene al Dios que se merece.
06/2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario