Volvían algunos, volvía ese que no podía dormir, que volvía al laburo y no se bancaba adentro de su cuerpo y venía, volvía, siempre llegaba, a la plaza y se tiraba en el piso con nosotros.
Aparecían bebidas, aparecían mates, cafeteros, amigos, y frazadas y la noche más negra que nunca, pero nunca oscura.
La gente hacía la fila, dormía en el suelo, dormía fuerte porque venía de laburar y porque después se iba a laburar.
Llegaba ese, aquel, este otro, aquella, y flameaba todo, flameaban las almas, flameaban las flamas de esta cosa vieja, este fueguito infernal del paraíso y señor, deme un café cortado que no quiero dormir ni una hora.
Caían unos, salían otros, pedían como permiso por tener que ir a su casa donde estaban los hijos, los perros y salían a apagar la tele y la cocina porque volverían o no, pero se iban con todas esas ganas enfermas de estar de nuevo por acá ahora mismo.
El suelo de la plaza era cómodo, qué tanto.
Uno que no se podía dormir y caminaba en círculos como tantas veces lo hicieron las madres: nosotros eramos los hijos, y ya sabíamos que la de campera amarilla está tirada por allá, el de pullover celeste ahí en el banco, allá a lo lejos, la eternidad de luces y calles y aparecen más amigos, alguno medio famoso, y todos esperando, no sabíamos qué aunque sabíamos qué, pero no queríamos asumirlo hasta que sea.
Andá a buscar más agua para el mate.
Voy.
Va.
Vamos.
Viene el agua, sigue el mate, siguen las galletas, los mil doscientos cigarrillos, las cartas en el suelo. Y todo este malestar, aunque el final había sido hacía un buen rato.
El sueño, buen luchador, siempre gana.
Las baldosas, siempre muy putas, también.
Entonces te hacen mella en el lomo, en el cuero, en las costillas y dormís un rato, dormís más o menos, pero abrís los ojos y es de día, de pronto.
La gente camina de una punta a la otra.
Salís de la carpa improvisada por manos de laburante cobijadoras (no las mías) y descubrís que mientras vos estabas tirado en el piso, casi todo el pueblo se iba poniendo de pie.
Mirás a lo lejos, ves una enorme cola y ahora desde Plaza de Mayo un enorme tendal de cabecitas miran al suelo y se pierden allá y más allá.
No podés con tu genio y no te la aguantas: son las 10:30 de la mañana, y querés entrar a saludar al Jefe.
Empezás a caminar y a mirar las caras, todos están casi en silencio y con la cara empapada de historias.
Flores en las manos, recién cortadas, flores en los ojos, recién nacidas.
Y avanzás y a medida que ves que la cola es larga, te das cuenta que es la primera cola de tu vida que preferís que tarde un montón.
Avanza a paso lento, si es que avanza: la procesión va por fuera y todos empiezan a
aplaudir con ritmo, CLAP-CLAP-CLAP-CLAP-CLAP.
Es el impulso primal, es un movimiento, es un grito con las palmas a punto de estallar.
Y hacés una cuadra, dos cuadras, tres cuadras, llegás a 9de Julio y da la vuelta y empezás a darte cuenta que tenías razón cuando peleabas por esto, tenías toda la razón del mundo y esa gente te está pidiendo perdón agradeciéndole al Jefe.
Todavía no era tarde, y el final estaba cada vez más lejos.
Entonces nos acomodamos en la fila.
Arriesgamos una cantidad de tiempo: todos suponíamos que a las 12 estaríamos pasando a ver algo que no sabíamos bien qué sería, cómo sería ni cómo nos afectaría.
Y avanzabamos.
Tomabamos agua.
Las canciones se hacían como una ola que empezaba a lo lejos y llegaba hasta nuestras gargantas y de ahí al oído de los que teníamos atrás.
Que los gorilas no se tenían que animar porque se iba a armar quilombo, era algo clarisimo.
Que era esa Argentina grande con que San Martín soñó, nos iba quedando claro.
Y caminabamos.
Que jurabamos con gloria morir cada veinte minutos, era un acto de sinceridad extrema.
Y que la pena se empezaba a sentir un abrazo compañero era una cosa latente, gelatinosa.
La señora con sus amarillos rulos.
El pibito que acompañaba a la mamá y tenía su 25 de Mayo de 1810.
El basurero con todo el equipo de ropa puesto apoyado en la valla.
Las chicas militantes medio villeritas con piercings en la cara y colitas de costado en el pelo y buenos culos hablando entre ellas del parcial de macroeconomía.
Los que se querían colar y la gente le gritaba “Sos como Cobos!”.
El subnormal que vendía heladobombónadospesoh.
Los oportunistas que traían gorras de Argentina y que con fibra les habían escrito una K truchísima.
Los que tiraban el agua a 8 mangos y desde la fila, apretados cantabamos como en la escuela “EL AGUA SE REGALA! EL AGUA SE REGALA!” y el tipo con un pragmatismo saludable aceptaba bajar el valor a 5 manguitos.
Los fotógrafos que buscaban la cara más triste de la tarde en el “Llorando por un sueño”.
Y ya eran las 3 de la tarde.
Y ni nos habíamos dado cuenta.
Y nos poníamos en cueros, y el calor nos abombaba, y llevabamos las banderas y nos tapabamos con ellas y el vendedor de gorras se confundía y traía todo su stock de gorras negras y no vendía ni una y así y así, todos buscabamos acomodarnos como podíamos, el olor
a cuerpo, el olor a calor, el olor a sal de las lágrimas y el sudor que se aguantaba más y la gente que sacaban desmayada y la plaza que explotaba y el loco que desde su celular llamaba a anda saber a quién y le tiraba un “Venite, está buenísimo, está como en el Bicentenario” y los cantitos seguían y había una canción ya, inmediata, que unía a Perón, Eva y Néstor en una santísima peronidad y ahora no me la puedo acordar, la puta madre.
Y estabamos a cien metros, el calor empezaba a ser una anécdota, nos acercabamos a la puerta, esquivabamos a todos los del interior que pedían pasar porque habían venido desde muy lejos pero nosotros que habíamos hecho 6 horas de cola no teníamos ganas de retroceder y al fin, muy al fin, dos policías amables nos decían que no nos empujemos, y pasamos el vallado final, y entramos, y vimos todos lo que empezaba a pasar: la Casa Rosada estaba RODEADA de flores, gente, y un halo sombrío que recordaba con facilidad a una noche de primavera, con esa sensación de que al rato iba a salir el sol, aunque sean recién, las cuatro y media de la tarde.
Allá, hacía muchos minutos, muchos abrazos antes, el final parecía una historia de otra vida.
Ante nosotros, se venía un momento de esos que duran aunque sean duros.
Formamos fila.
Esperamos.
Y caminamos despacio hacia las flores.
2 comentarios:
Sus escritos son deliciosos, pueden masticarse!
Muy buena descripción pude imaginar todos los detalles. Saludos.
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