martes, 10 de mayo de 2011

LARGO.



Sabés una cosa?
Estoy sintiéndome francamente extraño.
De un tiempo a esta parte todo lo que sabía ser y hacer se convirtió en cosa nueva, cosa que mucho no comprendo pero te voy a hacer creer que sí y vos me vas a creer porque soy bastante bueno mintiendo.

Entonces es que salgo a patear una vereda que me es ajena, con una ropa que me es ajena, con un traje que es de un cadáver y con la sabiduría de algunos perros chinos que mueren jóvenes.
No, no es que yo vaya a morir joven (la idea es llegar a los 65, ni uno más), sino que estoy extrañado, extrañando, perdiendo mucho y ganando mucho.
El fifty-fifty, eh.
No sé bien, tampoco, porqué carajo me lanzo a escribir esto en mi blog que siempre dice otro tipo de cosas y nunca una putada tan bruta como esta.
O sí, lo sé, y quizás es que tenga los brazos cansados de sostener al tiempo, o los dientes mellados de morder al grito, o los dedos aburridos de tipear sensiblerías con aires de no sé bien qué poronga, o el corazón tibio y ni frío ni caliente, o por ahí es que creo que todo este tiempo, sí, lo usé de un modo muy raro y pienso que si esto era la vida, la vida estaba realmente, muy pero que muy lejos que lo común, lo obvio y lo llano.

Por ahí, si pudiera volver a vivir, yo no, no haría lo mismo, por ahí.
Por ahí terminaría el secundario, por ahí sería más aplicado, por ahí sería ya hoy, veterinario, sería algo más delgado pero más fuerte porque hubiera ido al gimnasio, sería más pulcro y ordenado, usaría barba candado y gel todas las mañanas.

Quizás, si la vida o la gente o yo con mi tozuda actitud de levantar las piedras con caras de personas y piernas de caballo a punto de ser sacrificado no hubiera estado tan obstinado por salvarme salvando o creyendo salvar y no siendo más que un monigote de plastilina, quizás, estaría ahora durmiendo, y no escribiendo, estaría ahora viviendo un sueño profundo en el que aterrado, transpire por creer que soy un perfecto ganso tipeando un texto sutilmente amargado y con menos muelas que una persona de mi edad.

Che, que tampoco quiero mariconearla, pero a veces, y este a veces es, oficialmente, un casi nunca, es que tengo ganas de hacer catársis y no me da la mecha para hacer piruetas de palabrerío de tipo que leyó cinco libros y que se cree que entonces, leyó un montón.

No.
Hoy la verdad, no puedo tirarte una patada voladora ninja asesina al pecho con algún grito desde el politicómetro de la vida y el buen pasar Nacional y Popular, porque a veces, todo el corazón que se pone se pierde y lo que se pierde es ese corazón desbocado e inútil, el corazón de las brujas de los cuentos, el maullido del gato en la terraza que mira a la luna con gesto adusto y en realidad, está maullando porque tiene un cachito de lija.

Entonces vengo acá, en una casa que no es la mía, en un barrio que no es el mío, y me empiezo a sentir un poco incómodo y esa incomodidad no es por estar donde estoy, ni en la casa donde estoy siendo muy bien recibido ni en la compu con este teclado que, hey, ya le agarré la mano y estoy tipeando casi con esa magia del vómito del pecho, sino que la incomodidad, posiblemente, se arrastre de algún tiempito a esta parte y lo poco confortable, no sea otra cosa que ser lo que uno construyó, amó y soñó, de un tiempo a esta parte.

Si, sabés, tendría un cachito de ganas de ser un poco más normal, tendría un poco de ganas de ser más tarado, o más aburrido, o más simple y más llano y no sentir esa enorme alegría a las 3 de la mañana, después de caminar como si me persiguiera el diablo durante miles de cuadras, y sentir, te venía diciendo, la tranquilidad, la paz, que sentís cuando ves, joder, a la Casa Rosada.
Así como te la vivo, te la estoy contando, cuchá.

Porque de alguna manera vivís ahí en uno de los tantos silencios que preceden al grito mudo, que ahí adentro estas poniendo las fichas y en este caso, son un insert coin como de los videitos y todos los días, todos los subnormales días de tu vida sabés que estás poniendo una ficha para seguir jugando, y tenés miedo, incertidumbre, nudos en el estómago y la calesita que te da una vuelta más y todos los caballos de la misma son blancos, suben y bajan, el sortijero te sonríe porque te sabe chiquilín y la música de fondo, es atormentantemente igual a la que escuchabas cuando eras un chico, tenías la pelusa del bigote manchada de leche con cacao Godet y en la tele los dibujitos se daban a dos horarios diferentes por día y no mucho más.

A vos te hablo, Juan.
Sabés?

Tendrías que ser un poco más astuto, pisar con un pie antes de pisar con el otro porque usual y últimamente, cuando levantás los dos a la vez y te comprás la de que vas a volar, te das de boca al suelo.

Que no hay un mango, que no hay un nada, que hay demasiada nada para tan poco mango y que daría varios mangos para que esa nada vuelva a ser el todo en el que tan bien engordé.

Las cosas como son, Juan.
Las cosas como son.

2 comentarios:

Paladino dijo...

Me llego al corazon, oh

Anónimo dijo...

Al Bond, sus palabras se mastican, tienen colores y olores, una dicha para el que lee.

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