Recostate sueño perdurable de cosas presentes, recostate y agonizá lentamente, fluyendo como un chorro de gelatinoso magma frío y sin camino.
Dormì, antimilagro, error, aforismo silencioso de los ciegos, antinomia de la nada, mutismo parlanchín gesticulador, es hora de morder, de roer, de ulularle al callejón sin gatos que esa pared parece final.
Saltá, saltá lo más alto posible que no pasará de tus rodillas, saltá y caé como una estrella de rock en el escenario en un recital en latinoamérica bajo la lluvia, de noche: una banda de tributo lo haría mejor, y por eso son una banda tributo y no la de cartílago y sangre.
Arrebatá, de un tirón, de una lamida, toda la vida que hay en la persona que tenés enfrente, robale el alma, perdela en un bar, andá al baño, mea, reíte de tu vida y que el próximo borracho que entre a vomitar cuando inhale se quede con el alma hurtada.
Corré, luego de descansar varias vidas más la nueva, corré como si te persiguiera Dios para bendecirte en una vida de milagros de colores y millones de monedas de oro antiguas, corré, porque si te toca la dicha, la dicha te va a disfrazar de imbécil y ahí sí, no vas a poder repetir ni el nombre de tu madre, porque no te lo vas a acordar y porque cuando llegue a la punta de tu lengua, vas a darte cuenta lo buen golpe de efecto que es matar a tu progenitor.
Rodeá, no seas claro, mentí, tonteá, balbuceá mucho más, pero rematá todo apoyando tu cabeza en un hombro y simulando el Sueño de los Subcampeones. Esta y no otra, es la gran fórnula del veedor que no se compromete, del jugador manual, del autodidacta, de la rosa entre las piedras y las piedras moviéndose cortando el tallo de esa rosa que dentro de unas horas, aseguraremos que nunca existió.
Finalmente, sentate en la mecedora, mate en mano, vida al hombro y bazooka en el otro.
En algún momento, la Patria, Dios o Peter Pan te van a llamar, si no perdiste el teléfono en el camino hacia la revolución de tus idiotas tripas.
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