En la noche del jueves hacia el viernes, la última noche de Néstor en Buenos Aires, los sueños se cruzaban, la tensión crecía.
Un hombre grande, viejo, digamos, corría alrededor de la plaza con un cartel apoyando al asunto.
Aplaudíamos, otros lo corrían, y el hombre no paraba.
La gente mientras tanto caminaba lentamente hacia la anteúltima morada y la ronda no terminaba jamás: eramos hijos de Plaza de Mayo, todos, y sabíamos que empezaba la revolución más linda del mundo, de nuestro mundo, de lo nuestro.
Y tratabamos de dormir, pero antes comentábamos cosas y el sol nos miraba raro, y el sol se escapaba atrás de los edificios cansado, a tomar algo a un bar y a brindar porque ese día, no, no iba a laburar.
Y se daba vuelta, y las nubes nos abrazaban y el día penetraba despacito a la noche y nos dejaba con un hermoso hijo hecho de lluvia, que a medida que la gente iba volviendo, les regalaba el brillo necesario, las gotitas que golpeteaban las cabezas y los preciosos oportunistas vendiendo los ponchos de plástico negociaban los dos por uno, y nosotros claro, comprábamos.
Volvía ella, volvía la madre de la madre de todas las batallas a paso firme, volvía de un sueño dificilmente conciliado pero volvía con pies potentes, pegando al piso con cada tacazo y se volvía a colocar ahí, a cuidarlo a él, a acomodarle la ropa que la militancia que no sabía que estaba militando le dejaba, esas banderas, esas remeras, esas cartas, esos cascos, esas zapatillas, esos besos que poblaban al aire y ella los agarraba y se los guardaba en el pecho.
Para siempre.
Y la hora corría y nosotros desesperábamos en silencio acomodándonos al costado de la calle, esperando verlo pasar por última vez, mientras cantábamos, sí, cantabamos y bebíamos gaseoas, y agua y todo lo que fuera que nos devuelva la sequedad deshidratada que nos había generado un océano maldito de lágrimas a destiempo.
Porque ninguno de nosotros esperaba esto, porque no tenía que pasar.
Y porque pasó y porque se dió vuelta la cosa y acá estamos, al lado tuyo, querido.
Al ladito, firmes y recordando, siempre.
Entonces claro, mirabamos a lo lejos y cruzaban las primeras motos policiales, cortando la calle, limpiándola, y el policía encargado que se nos acercaba con una increíble onda, y no podíamos creerlo, porque la gente, será complejo creerlo, pero la gente, el pueblo nuestro, el pueblo de él, estaba sonoramente felíz.
Y ahí, él, venía por última vez por nuestras calles.
Por sus calles, las que hizo vibrar a cada frase, a cada rosca, a cada truco de mago.
Y nos pasan por al lado y entonces empezamos a correr.
A llevar nuestras banderas salidas desde la garganta.
Y corremos.
Y lloramos.
Y reímos.
Y la lluvia nos mataba, nos mataba, pero qué carajo nos iba a matar si este tipo que ahí dormía adentro del saco de madera no estaba muerto.
Entonces no nos mataba nada, y corríamos como locos, y nos chocabamos, y los coches nos pasaban finito, y no entendíamos, y los pies se nos movían sin saberlo, porque avanzabamos, porque seguíamos ahí, de pie, trotando, cansados, con los músculos destrozados, las fatigas dando vuelta los relojes, y la gente que aplaudía, y que cantaba, y entonces sí, la noche se había ido para siempre y el día había vuelto para quedarse 24 horas por día, y nada nos importaría más nada, porque acá estabamos, corriendo, gritando, saltando, haciéndonos el amor gigante en una orgía preciosa de sangre, sudor, lluvia y la arena del relojito de arena detenida hasta la locura.
Acá estábamos, y seguíamos cortando las calles y nos hacían la V y devolvíamos un Viva Perón y escuchábamos una música que no sonaba, y pasabamos por lugares horrendos, lugares hermosos y la gente seguí ahí caminando, mil caras en una cara y una cara en mil quinientas caras preciosas de novio nuevo, de novio virgen, de inocencia y de que claro, papá nunca se va a morir.
Y unos chiquitos que gritaban AR-GEN-TI-NA y nos quebrábamos pero seguíamos, no bajabamos ninguna bandera, los chicos gritaban primalmente, como animales, y nos disparaban esas balitas de cebita perfectas, esas babitas de mate cocido de jardín de infantes y esas enormes, gigantes, perfectas maestras les deberían haber explicado que no importaba mucho más que el valor de un pueblo volcado y volcado a la calle, una suerte de tortuga que había quedado boca arriba y necesitaba de vos, de él, de mí, para darse vuelta nuevamente y seguir avanzando con esa obstinación de dinosaurio, cruzando tiempos, cruzando historias y dejando una cicatriz en la cara, un fondo de ojos y rostro que convierta toda bruma en luz que ilumina lo que veamos, digamos, comentemos, pensemos.
Esa luz divina que se veía ahí a lo lejos, cuando ibamos llegando más tarde, hombres cansados, y veíamos volar al avión, y ahí estaba, nuestro queridísimo amigo, adiós, bye, forro, andate a la mierda, esto no se hace pero bueh, lo hiciste, qué te vamos a hablar a vos de qué hay que hacer, si te las sabías todas, no, cancherito?
Forro.
Te fuiste.
Nada.
Chau.
Chau, eh.
Acá estamos.
Andá, andá nomás, andá.
Si te pinta, andá.
Todo bien.
Un día vas a volver.
Pero nosotros ahí, tirados contra una pared, la lluvia era cada vez más puta y más pagana y creo que si no morimos era porque estabamos incendiados por ese piromaníaco de la pasión que fue el flaco que se había tomado el palo.
Qué carajo.
Qué tanto.
Qué mierda estoy escribiendo, si vos te lo perdiste, es problema tuyo.
Porque nosotros los que estuvimos en las buenas, en las malas mucho más.
Y en las más o menos también.
Porque Perón así nos lo dijo.
Y este forro también.
Los dos, unos forros.
De mierda.
Pero siempre vuelven.
Y nos parten la cara.
Y nosotros nos ibamos yendo a nuestras casas sin entender.
Sin darnos cuenta que el final había terminado.
Y que el inicio estaba a segundos de empezar.
La patada inicial.
El puntapié de la historia.
Suena el pitazo.
La calle sigue siendo nuestra.
Bienvenidos todos.
Esto recién empieza.
2 comentarios:
Juro que no puedo esperar a tener 80 años para contarle TODO ESTO a mis nietos, bisnietos, lo que sea que me haya dado la vida.
Cómo se incendian los corazones de un pueblo. Impresionante, lo leo y me emociono de nuevo.
Forro vos también.
Por respeto a su obra y a esa chica llena de vida que ahora nos cuida más que nunca.
Y me acuerdo de mi tía (hermana de mi viejo, claro está) contándome cómo se fueron mis abuelos y una pareja amiga a despedirla al Eva. Dos termos de café y se fueron como por dos días. Ellos que no habían tenido nunca nada...
No puedo esperar a tener mil años y mostrarle, por qué no, éstas crónicas, a los más chicos. Ayudarlos en la tarea del colegio...
JA! Me muero de amor.
Besitos Hank, no hace falta que te diga lo impecable que está esto. O si? :D
el piromaniaco de la pasion
bien definido, por lo menos para tu concepto del flaco
cuando salen los ndm a la calle de nuevo? me parece q hace falta un poco de ruido
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