lunes, 26 de agosto de 2013

Señor Juez




Señor Juez:

Quiero contarle acá, con unas pocas palabras, que cada día nos parecemos más a lo que dicen que somos, cuando en realidad, no lo somos.
Necesito, con una mano en el corazón y la otra en la frente como diciendo "Oh!", avisarle que tengo miedo.
Que estoy apenado.
Que estoy preocupado.
Y que creo que estamos a tiempo, aún, de volver a hacer que los tiempos cambien para bien y no para mal.
Que la sintomatología de este enfermo no es la patología por la cual se le receta lo que se le está recetando, y que entonces, caramba, carambita, todavía puede revertir el proceso viral y abrir una nueva ventana hacia la esperanza, la igualdad y la virtud.

Su señoría, no quiero cansarlo, pero me obliga a hacerlo: usted tiene el peronómetro, el kirchnerómetro, el periodistómetro, el justiciómetro, el vidómetro y el vidriómetro: deme más color y alguna ondita porque sino me voy a terminar comiendo el pescado podrido y habré cambiado mi dieta para siempre y me preguntaré para qué carajo me hicieron creer que tenía dientes de lobo, amigazo.

Es que, claro, nosotros hemos sido sus amigos, sus defensores, sus guardianes y sus maestros, cada vez que nos hizo creer que lo que estábamos haciendo era lo que era o solía ser genial.
Pero de un tiempo a esta parte, Señor Juez, me está empujando de tal manera contra las redes, que me termino empezando a preocupar por si será que yo estoy boxeando y usted, cenando.
Alegremente, con los dientes blancos y brillantes, mientras uno ahí, le revolea trompadas a la sombra de lo que debería haber sido, lo que tiene que ser, y lo deba ser, siendo en una de esos, peor que nada.

Le repito, Señor Juez, mire su reloj.
Ahora mírelo de nuevo.
Pasaron algunos segundos.
Y eso, es tiempo que está siendo perdido, Señor Juez.
Porque yo lo quiero, como usted me quiere a mí, como usted me mide a mí, como yo lo mido a usted, pero usted tiene un revolver negro lleno de pólvora y yo... yo estas manos, señor juez.
Están ajadas, están ásperas, y en la palma, están tan blanquitas que me da un poco de miedo, Señor Juez: usted fue el que me dijo que las meta debajo del agua hirviendo aunque me duela y que me haga el tremendamente pelotudo con ese dolor, y me dijo, lo recuerdo como si fuera mañana, que ese dolor era la puerta a otros dolores que serían... "más curativos", recuerdo que me dijo.

Ajá.

Señor Juez, no quiero cansarlo, no se duerma, no sea hijo de puta que afuera hay gente que se está muriendo. Dele.
¿Quiere un abrazo? ¿No? Ok, pensé que me decía eso.
No, sexo oral no le daré, Señor Juez.
Atrevido.

Quiero cansarlo.
Quiero herirlo.
Quiero lastimarlo.
Quiero morderle la mano cuando me acerque un plato de jugosa carne.
Quiero mostrarle que mi segundo nombre no es dinero, no es mentira, y no es un pedazo de tierra.
Mi segundo nombre, es Sebastián.

Oh, Señor Juez, tengo que pedirle perdón, ahora: no había advertido que usted es mujer, y que es Señora Jueza. ¿Tampoco? Carajo. Perdón.
Me seguiré dirigiendo a usted como Señor Juez. Sea lo que sea. Así es algo y no es nada.
Avíseme si se pierde, que le digo por dónde es: no quiero que en mi enorme verba, usted desconozca el rumbo y gire por donde no quiero que usted gire.

Señor Juez: le estoy hablando a usted en nombre de la humanidad porque usted creo que es humano o lo parece. Estamos perdiendo, Señor Juez.
Nosotros, los hombres buenos.
Nosotros, los que ponemos el culo ante cuantapija aparezca, Señor Juez.
Nosotros, los del mundo real, los que tenemos dos pies, dos piernas, dos brazos o algo de esos nos falta pero no nos falta el coraje.
Nosotros y nosotras, los hijos del viento, los que funcionamos de termómetro y no funcionareamos.
Nosotros, los muertos y condenaditos, Señor.

Esto iba a ser una carta suicida, Señor Juez, pero elegí, quizás me arrepienta antes de terminar la misiva, elegí que sea una carta que inyecte vida.
Porque estamos a tiempo de volver a ser lo que parecíamos que íbamos a ser.
Todavía quedan rastros de vida pura y peluda, salivas que se guardan y no se escupe, y si usted, Señor Juez, no le abre la puerta a los mastines, la jauría de los malos (todos somos perros), nos va a embarazar a las hembras, nos va a violar a las crías y nos va a dejar a nosotros de mozo del próximo criador.


Esto es así.
La audiencia está escuchando.

Todo esto se le ocurrió a USTED, señor Juez.
No, no le creo que se le ocurrió a otra persona. No.
A usted, que tiene rayos de fuego en sus ojos, que sus lenguas son filosas como el vidrio hirviente.
A usted, que nos abraza cada día con una nueva canción de cumbia versionada.
A usted, que nos permite caminar.
A usted, que nos sopló la vida.
A usted, que nos amarró el barco en la orilla.
A usted, se le ocurrió absolutamente todo.
Pero a nosotros nos ocurre lo que a usted se le ocurre e incluso, lo que se le ocurre a todos los demás señores y señoras jueces.

(Estamos trabajando por un mundo mejor, comprenda si esta carta es larga).

A veces necesitamos vomitar un poco más fuerte y con más olor, y no vamos a permitir que el vómito que le regalamos como ofrenda sarcástica, sea lamido otra vez por los macacos aberrantes del no hacer y esperar, del estratega sin táctica o de los eunucos que me la quieren poner.
NO.
Señor Juez, no le estamos advirtiendo, aunque lo parezca, absolutamente nada.
Le estamos rogando un poco de piedad cristiana.

Le estamos pidiendo una audiencia a Dios, y que esta reunión sea en un bar diez cervezas mediante, y que sepa ese señor Dios, querido Señor Juez, que yo no pienso pagar ninguna birra, porque he cenado sapo, pato, caca y culo y el delivery se me cagó de la risa cuando le dije que no lo pensaba pagar.
Las deudas me están mordiendo los garrones y tengo las pelotas como el globo de La Serenísima, Señor Juez.

Señor Juez.
Señor.
Eu, Señor Juez.
A usted.
¡EY!
No se quede dormido, no sea hijo de puta.
Mire, le voy a poner un Powerpoint.
Ah, no hay computadoras.
Bueno.
Se lo dejo por acá.
Es el PORONGA: Plan Original Revolucionario de Optimización Nacional Grandilocuente Argentino.
Sé que no lo va a leer.
Pero se resume así de rápido: dele bola a la vereda, porque la calle se ensancha cada vez más y se nos complica caminar.

No espero una devolución.

Señor Juez: me voy.
Ha sido un placer.
Espero que la próxima vez que yo vuelva, me atienda como ahora.
Espero que la próxima vez que venga, me conteste al menos alguito.
Y espero la próxima vez que yo venga, haber entrado por la puerta chiquita de atrás, como siempre fue, y no por la ventana, descolgado de una soga, desde un helicóptero, rompiendo el vidrio de una patada, revoleando granadas de talco, con un cuchillo en la mano para apoyárselo suavemente en la nuez.


Beso, rancho.

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