martes, 25 de octubre de 2016

El amucheo y los hijos del miedo

Cuando el miedo entra por la ventana de la derrota, y la incomodidad del "ya no ser" se hace viral, suele suceder que las piernas no saben responder del todo bien y entonces, arrugados contra la pared (construida por los demás) solemos pedir variantes, variables, ajustes, autocríticas y un sinfín de actuaciones de varieté de y desde, justamente, esos "demás" que construyeron la pared.

Nosotros todos fuimos observadores de cómo esa pared se construía, fuimos amantes del color de esa pared, amigos del cemento, adoradores de cada ladrillo.
Siempre ahí, cerca de la pared.


Y cuando pasaba alguien, nos veía a nosotros, junto a la pared. Sonriendo.
Porque la pared era nuestra, iniciada hace tantos años y luego profundizada en tal año.

¿Ustedes, bien?
Y la pared crecía, y crecía, y se iba haciendo un cimiento enorme para un día arriba de esa pared colgar un techo y nosotros ahí, eramos cada vez más, y nos mirábamos felicitándonos.
Sugeríamos el color de ese ladrillo, y levantábamos el pulgar (y los dedos en V, por la paz, debe ser) y luego girábamos y cuando alguien pasaba, nos veía a nosotros.
Junto a la pared.

Pero la pared sola no se construía y veíamos que algunos ladrillos venían de una obra usada.
Que otros ladrillos estaban rotos.
Y que muchos de esos ladrillos eramos nosotros.
Pero sonreíamos y hacíamos lo que había que hacer: graves soldados de las verdades evidentes, águilas de vuelo alto desde el panóptico del juicio bueno.

Todo muy rico.

Y mientras tanto: pensá en ese preciso momento, ese justo instante, en el que empezaste a referirte al kirchnerismo en tercera persona cuando hasta el 10 de diciembre lo habías usado en primera.

Luego de eso volvé.
Nosotros seguimos trabajando por y para vos y te estamos esperando.