Recorría con la mirada perdida, todas esas calles que quedan adentro de mi casa, encontrándome de vez en cuándo con alguna mirada que me devolvía el silencio de una pared, una miserable pared manchada, con telas de araña, y alguna huella de un gato que no está más.
Oía afuera a la lluvia, sentía que tenía que escribir algo y tenía el impulso imbécil de escribir algo tan básico y pelotudo como escribir sobre que afuera, se escuchaba a la lluvia.
Entonces me enojaba, me ponía de pie, caminaba de punta a punta, me sentaba, cambiaba canciones en mi computadora, me cagaba en los vecinos que no tengo o que si tengo son sordos, sentía algo de dolor de muela, no encontraba los tafiroles, me tomaba un mate y seguía pensando que alguna vez había tenido un blog, y que en ese pasado, escribía de todo, sobre todo, junto y contra todos, y creía que lo hacía de alguna manera original, si no bien.
Sentía también que en algún momento, muchos blogs fueron bastioncitos cluecos de una revolución que no llegó a ser, y recordaba con añoranza cómo muchos de nosotros creíamos que seríamos los hacedores de este asuntito dos punto cero, inspiradores, jefes, patrones de las verdades decidoras de muchas cosas que en los medios no se decían.
Recordaba con cariño, recordaba del mismo modo que ese día, en mil nueve noventa y algo, logré meter 15 puntos en un partido de basket, tres de dos en triples, una fiesta.
Que hayamos perdido por cuarenta, o que mi promedio general de puntos en todos los partidos de aquellos años mozos haya sido de 0.3 por juego, quedará en el recuerdo de este bufón deportivo que siempre fuí.
Pero recordaba eso, esos pequeños goles, esa manía tan cheta de creer que ibamos en un descapotable, pelos al viento, cigarrillos que nunca se apagaban, camisas arremangadas, escuchando rocanrol a toda velocidad, con el coche a todo volúmen.
Y recordaba con una sonrisa cómo creíamos que en realidad ibamos a perder las elecciones, cómo creíamos que seríamos los amos de la derrota, los queribles monigotes de un sistema que nos expulsaría del mismo violento modo en el que habíamos entrado a él.
Seguía pensando, o ejercitando un cerebro algo chamuscado, y sentía que el mate se me enfriaba, entonces ponía la pava y el mate funcionaba a todo culo, y si hablamos de mates, cerebros y culos, estamos hablando de esos tiempos maravillosos, allá lejos y hace tiempo, en los que, sin dudas, fuimos campeones.
Cuando conocimos a la Presidenta.
Cuando conocimos a los ministros.
Cuando fuimos la voz de alguito.
Cuando nos levantamos de la silla.
Cuando temblamos.
Cuando gritamos.
Cuando lloramos.
Hoy asistimos al final de una cuestión muy pequeña, sin ningún arraigo histórico más que miles y miles de bitácoras ególatras sobre lo bueno que fuimos, lo santos que seríamos, lo bonitos que nos veíamos y lo efectivamente sexuales que solíamos ser.
Y no mucho más.
Buenos días, barrio viejo.
Va llegando la hora de laburar de verdad.
1 comentarios:
Buenaaaaa.
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