A veces me parece, muy a título personal, que hemos estado viviendo en otro mundo durante mucho, muchísimo tiempo.
A veces, me da la mala espina de que de un gomerazo, nos van a bajar a este mundo con un abrazo en la boca, con cuatro dientes partidos y el corazón alquilado de por vida y con las tarifas congeladas hasta la eternidad.
Es entonces, cuando busco, no hacer futurología, sino un simple planeamiento, quizás estratégico, quizás simplemente idiota, quizás, quizás, quizás, chachachán.
Entonces, repito la palabra, me aterra un poco mirarme al espejo, encontrarme sin canas porque queda poco pelo, panzón porque vengo comiendo bien, y el susto se aferra a las pestañas, la salud falla engañada por el alma y la debacle se hace primero adentro y enseguidita afuera.
Y el pánico se hace terror, el terror se hace un estado de la vida normal y nos convertimos, todos, en fila, en imitadores del pasado, en recreadores y no en creadores y adoramos patear la misma piedra, en un mundo del que no vamos a poder escapar, porque quizás, y sólo quizás, el destino de la humanidad nos tenía preparados este minúsculo lugar y lo hemos desaprovechado, o muy por el contrario, hemos cumplido al dedillo con lo que podíamos y todos sabían que íbamos a hacer.
Podríamos imaginar un mundo en paz, pero nunca llegará porque eso no es algo que se decida, y es algo que no le conviene a nadie.
Podríamos soñar con un mundo solidario, pero mucho mejor es seguir con nuestra quintita de bonanza sentimental y paliar así el día a día, tan efímero, tan granito en las enormes pieles del tiempo, tan chiquitos somos, tan pensantes en nuestros pupos, y así nos va.
Podríamos pensar un poquito en el otro.
No, no podríamos hacerlo.
No queremos hacerlo.
La comodidad que tenemos no nos va a dejar perder el tiempo en miserias tan chiquitas.
Tenemos nuestras conciencias que nos arrinconan contra las cuerdas de la tarde y nos indican que o somos nosotros o somos nosotros, ellos no se van a animar y nosotros somos demasiado buenos, demasiado sonrientes y le ponemos demasiado corazón.
Podríamos pensar que nunca jamás en la vida van a venir por nosotros y que siempre nos van a bancar con los brazos abiertos y las billeteras gordas, pero la historia fue hecha para ser historia y no revolución, no así, porque si fuera revolución, estaríamos necesitando con suma urgencia, empezar a morir.
De a uno.
Despacito.
Sin prisa.
Sin calma ni desesperación.
Pero sí, ir muriendo.
Ir dejando cachos de vida tiradas, pedacitos estúpidos de amores rotos, uniones barderas de tiempos ganados y relaciones disfrazadas, con máscaras de humo, muertos de sed, sacándole fotitos a todo y poniendo "me gusta".
Podríamos empezar a darnos cuenta que muy muy pronto vamos a desaparecer de esta tierra y que no hemos dejado nada.
Podemos verlo con el tuerto ojo del conformismo y hablar de amigos, hijos, familia, algún que otro gol metido medio de coté y con una ayudita del arbitro, pero sería, por lo menos, inoportuno.
Sería torpe.
Sería ajeno a la realidad, porque somos moscas, y no somos moscas lindas, si es que tal cosa ha sido permitida por la arena que rueda en un reloj hasta dejarnos secos, sin humedad, sin saliva, sin semen, sin flujo, como tristes marionetas o manequíes, imitadores de lo que alguna vez debería haber sido el humano, y que nunca jamás lo logró.
A veces pienso si no estaremos todos tremendamente equivocados, si no estaré escribiendo demasiado críptico y este posteo no tenga el peso que le quiero dar, y cuando pienso que dije "posteo" en lugar de "escrito" o "documento", me muerdo la conciencia y lo releo y no, no lo voy a cambiar.
Quiero hacerme cargo de lo chiquitos que somos.
Y del mismo modo, quiero asombrarme, como si fuera un extraterrestre, por la pasión enorme que le ponemos a todo, por la alegría con la que contamos nuestros pasos y por la tremenda inquietud formidablemente auténtica de no poder detenernos jamás.
A algo se deberá, todo esto.
Quizás sea la Patria.
O quizás seamos nosotros.
O quizás hayamos llegado a una instancia en la que la Patria finalmente es nuestra y no nos importa tocar la guitarra en un escenario para absolutamente nadie, porque no lo estamos haciendo para eso, sino para nosotros mismos.
Espero de corazón que seamos responsables, todo el tiempo y no de a ratos.
Que no seamos tribuneros.
Que no intentemos la rabona cuando hay que pegarle de puntín.
Y definitivamente, espero, con un cigarro encendido en la mano y una copa rota y vacía en la otra, esperando a un mozo que nunca llegará porque esto es un páramo, que preparemos nuestras manos para ser mordidas.
Porque de tanto meterlas, lo único que nos queda, lo único que nos falta, es que algo salga mal, que el León que tanto tiempo apresamos se nos cruce en cualquier lado, en el medio de una ruta de noche, y que levante la vista y empiece a correr en dirección nuestra y nosotros sólo podamos entregarnos finalmente, a la eternidad.
Un abrazo enorme.
1 comentarios:
s una pena que murieras, Kirchner.
Este no es el final que yo deseaba.
Tu corcel desbocado de ambiciones
Se estrelló cuando menos lo esperabas.
La muerte no perdona ni a los reyes.
Para morir sólo basta que estés vivo
Y a veces se solaza con algunos
Por su soberbia y su talante altivo.
Tu mortaja será igual que todas
Sin oropeles y ningún bolsillo,
Así que tu riqueza acumulada
Para vos ya no tendrá sentido.
Tu muerte no me alegra, te lo juro,
Porque pensaba en un final distinto:
Rindiendo cuentas a mi patria amada
De la perversidad de tus caprichos.
Aunque quisiera no me aflora el llanto,
Es infinita la lista que analizo,
De odios, de rencores, de venganzas
De avaricia insaciable y sin sentido.
Es imposible enumerarlas todas
Porque llega la lista al infinito
Comenzando allá lejos y en tus pagos
Donde dejaste a montones sin su nido.
Yo quisiera llorar, pero no puedo.
Cuando lo intento se aparece un niño
Con los mocos colgando y harapiento
Porque vive en el norte y es un indio.
Repartiste millones, no los tuyos
Multiplicados a increíble ritmo,
Pero siempre cargados de impudicia,
De corrupción, de sobornos y de vicios.
Elegiste las heces de mi pueblo
Y los llevaste a gobernar contigo
Por eso el mal olor que emanan todos
Denuncian un sistema corrompido.
Al campo lo querías de rodillas,
Y querías ver preso al periodismo,
Peleado con el clero y con el Papa,
Con Europa y con todos los vecinos.
¡Basta, por Dios! ¡Fue Dios quien dijo basta!
Pidió tu extradición y se la dimos.
Allá te juzgarán, pero cuidado,
No será de Oyarbide el veredicto.
Yo quisiera llorar, pero no puedo.
Al Supremo Hacedor perdón le pido.
No deseo la muerte para nadie.
Que lo juzgue el Señor como es ‘De Vido’
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