A veces a muchos de nosotros nos toca pagar el precio.
El precio de estar, el precio de aparecer.
El precio de jugar, el precio de no jugar.
A veces el precio que tenemos que pagar es altísimo: nuestras viejas vidas nos miran con recelo y nos enfrentan al espejo sucio, gastado, nunca roto, de lo que podría haber sido, quizás de lo que debería haber sido, contra lo que en efecto, y por ahora, es.
A veces, ese precio es altísimo, tan alto como perder todo lo que se tenía por algo diferente, ni mejor ni peor, distinto, con otro aroma, con otro color, con otra música.
A veces ese precio se paga con la vida, a veces con la vida de los demás, a veces con el orgullo, a veces con la impaciencia, a veces con altura, a veces con bajeza, a veces con la perversa mirada del fracaso ajeno, de la impotencia anímica de los que no son, sino que quieren ser.
Los precios se elevan, se mueven, fluctúan, se diferencian de la realidad en mil pedazos, se hacen avisos, se hacen gritos, se hacen llantos, se hacen miseria imberbe y las moneditas se hacen cosquillas y bailan en el baúl del pasado que quiso ser presente y fue, nada más y nada menos, que nada.
Nunca menos que nada.
Inmovilizándote.
Congelándote.
Dejandote frente a tus padres en un tono de vergüenza vil: si te viera la vieja, se preguntaría qué es lo que ha hecho mal.
Y vos lo sabrías.
A veces, el precio lo pone otro, a veces el precio lo pone uno, y muchas veces, se elije no pagar como una manera escapista de creer que todo está bien, que no estamos enfermos, que no somos una basura y que no somos lo más bajo.
El precio, habitualmente, se paga desnudo, sentado en la cama.
Está en las palmas de las manos, en las líneas de la vida, algunas justamente más cortas, otras justamente más largas, sea esto castigo o premio, siempre es el precio, que se analiza y se evalúa en la soledad, cuando la ducha cae en la cabeza, cuando los secretos horadan el paladar y rascan al cerebro, cuando nos vemos feos, cuando nos vemos como lo que somos, sin máscaras de azúcar impalpable, en silencio, sin tribunerismo, sólos contra todos y esos todos, somos nosotros mismos.
Está en las palmas de las manos, en las líneas de la vida, algunas justamente más cortas, otras justamente más largas, sea esto castigo o premio, siempre es el precio, que se analiza y se evalúa en la soledad, cuando la ducha cae en la cabeza, cuando los secretos horadan el paladar y rascan al cerebro, cuando nos vemos feos, cuando nos vemos como lo que somos, sin máscaras de azúcar impalpable, en silencio, sin tribunerismo, sólos contra todos y esos todos, somos nosotros mismos.
Suelo ser una persona, y más allá de que a nadie le importe, que ajusta sus precios y los paga como corresponde, en la forma que supone y en el tiempo que se presume adecuado.
Pero a veces, veo, analizo, como podés analizar y ver vos, contar para atrás, marcarte tus dedos, morderlos de a uno, que hay una enorme cantidad de seres humanos, queridos, amables, bondadosos con los suyos, que no se dan una puta idea de qué es el precio, de qué significa la inesperada consecuencia y que creen, tranquilos en sus siestas diurnas, que el cobrador nunca va a tocar la puerta, silbando una triste canción de Buenas Noches.
Ok.
Puede que el cobrador se demore.
Pero el precio es el precio.
Y de la deuda no se vuelve.
Cada traición, tiene un precio.
Cada beso, tiene un precio.
Cada golpe, tiene un precio.
Cada sonrisa, tiene un precio.
Cada trampa, tiene un precio.
Cada hecho, tiene un precio.
Cada silencio, tiene un precio.
Cada grito, tiene un precio.
Cada espacio, tiene un precio.
Y cada precio, tiene un precio.
Y si vos, considerás que el precio del que te hablo tiene alguna puta relación con el dinero, con ese invento inexistente de control, tu precio es bajísimo, tu deuda es altísima y lamentablemente, la vas a tener que pagar en moneda de curso legal, porque así, son tus reglas.
Por basura.
Por basura y basura que ya no tiene margen para ser reciclada.
Por no haber entendido.
O por haber entendido y haber hecho la trampa.
Por ser poco menos que la suciedad que se guarda entre los dedos de los pies.
¿Quién da menos?
El precio puede ser precioso, cuando está frío.
5 comentarios:
vale el trueque??
Alguien una vez me enseñó que nada es gratis en esta vida. A mí me da miedo ponerle un precio, pero ¿qué precio tendrá este miedo?
Lo paradójico de todo esto, es que comprando tu boleto, según dicen compras tu "seguro de vida" durante el viaje. Y la línea San Martín, en lo que va de este año se aseguró la vida de muchos.
Viajá en el furgón la próxima vez, ahí no entra el chochan.
De lo más interesante que me pasó en terapia fue haber escuchado: "Lo que no se paga en plata se paga más caro"... ¡y entenderlo, jajaja!
la gente tiene valor, no precio. Dedicate a otra cosa
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