Imaginate por un instante esto, en un sólo día, vos, machito heterosexual.
Imaginate que te ponés un pantalón
que a vos te queda bien: te vestís para salir, tu camisa favorita,
el corte de pelo de hace pocos días, la barba como más te gusta.
Las zapatillas que están de moda: hoy
salís a romperla toda, perfume, algún accesorio copado, y el
celular bien cargado.
Salís a la calle, y aparece uno de
estos negros gigantes, de dos metros, panza medio afuera, y te dice
que quiere que seas su putito, que te va a llenar la colita de leche
y que si te agarra solito vas a pedir por favor por tu mamá.
No le das mucha bola, él está con una
pila de amigos igual de negros, igual de grandotes, igual de sudados,
igual de amenazantes. Te preguntás por ahí si no le diste bola
porque estás por arriba de lo que te haya dicho o porque te dio un
miedo infernal. Pero seguís caminando.
Hacés una cuadra más, aparece otro
tipo, te saca dos cabezas y tiene los músculos de The Rock. Te
pregunta la hora. Revisás tu celular para decirle, de onda. Cuando
estás diciendo que es tal y tal hora, se te acerca a la oreja, te
respira ahí, bien cerquita y te pregunta si no querés ir a la casa
de él que quiere que se la chupes hasta que la tenga bien dura y
acabarte en la boca.
Te da impresión, te da un poco de
asco, y no te llega a dar miedo. Te enfurece. Lo mirás con cara de
malo, y cuando lo hacés, aparecen otros dos tipos enormes, y uno de
ellos tiene una madera con un clavo en la mano. Te hace el gesto de
que te quedes calladito y sigas caminando. Y vos seguís, qué le vas
a hacer.
Pasan autos por la avenida en la que
vas, camino al subte.
Desde uno de ellos, se asoman dos
gordos de barba y te gritan entre risas, algo borrachos quizás, que
te arrancarían el pantaloncito de nenita que tenés y te violarían
hasta que pierdas el conocimiento.
Qué carajos. No entendés nada.
Pero seguís.
Bajás la escalera del subte, te ponés
para hacer la cola y usar tu SUBE en el molinete. Un tipo grandote te
empuja y te gana tu espacio. Le preguntás qué hace, que respete. El
tipo se da vuelta, martilla su puño y te dice que te calles o te
rompe la nariz. Entonces te enojás y le tirás una trompada, se la
pegás en la cara y no le hace nada. Se ríe, te da un manotazo que
te hace ver estrellas y el dolor explota en tu cerebro. Caes al
suelo. El resto de la gente sigue caminando y vos ahí, no entendés
bien qué pasó. El hombre que te pegó se acerca hasta tu boca y te
susurra que la próxima la pienses dos veces antes de hacerte el
guapito.
Se aleja, no te podés poner de pie.
Cuando con enorme esfuerzo lo hacés, pasás la SUBE, avanzás, vas hasta la escalera mecánica y cuando empezás a bajar se te engancha el pantalón en la escalera mecánica. Casi tropezás cuando te pasa y trastabillas hasta salir de la escalera mecánica. La estación de subte esta llena de hombres: uno de ellos se acerca a darte una mano, te toma de la mano, pero también te agarra la pija, casi sin querer. ¿Qué pasó? Nada, el tipo se va algo nervioso.
Y llega el subte.
Una vez adentro del subte no lográs
sentarte, está lleno, pasa una estación y milagro, un señor se
para y vos te podés sentar. Qué cansancio tenés: por más que
estés saliendo de gira, fue una semana agotadora, ¿Verdad? Entonces
te sentás, te ponés los auriculares y ponés una canción que a vos
te gusta mucho, una de Ramones. Empezás a mover los pies, y cerrás
los ojos. Pero de pronto te despierta un señor a tu lado, parado,
que te apoya la bragueta en el hombro. Te corrés un poco más
incómodo que nunca y mirás sin mirar, cuando notás que el tipo que
te pijea el hombro está al recontra palo. Con la pija bien bien
dura. Levantás la mirada con bronca y el tipo sonríe y te guiña un
ojo. Ves rojo. Te estás por parar y el tipo te muestra que en la
mano que él tiene en el bolsillo de su campera, tiene un fierro. Un
chumbo. Un bufoso. Otra pistola.
Te sentás de nuevo.
“Así me gusta, putito”, te dice.
Realmente no entendés nada, qué
carajos pasó en el planeta, en tu país, qué onda.
Llegás a la estación de tu destino y
bajás, dejando atrás a una horda de señores que te van diciendo
trolito, te hablan de lo linda que tenés la colita y de cómo te
morderían el cuello. Hay de todas las edades, jovencitos, viejos
verdes, señores con traje y pibes de gorrita.
Subís la escalera mecánica
contrariado y salís al aire.
Respirás.
Llegás a la puerta del boliche donde
toca la banda que estabas yendo a ver.
Te fijás qué onda a ver si podés
entrar gratis, y te dicen que no, pero observás cómo dejan entrar
al negro que te había bardeado en la calle, al tipo que te pegó una
trompada y al que te amenazó con un revólver. Totalmente gratis.
Pagás tu entrada, movido ya por un
instinto de rebelión.
Entrás al lugar. La banda que fuiste a
ver ya empezó. Corrés hasta llegar adelante de todo y llega el
estribillo que te hace olvidar de todos tus problemas y lo cantás
con todo tu corazón, hasta que sentís que el negro gordo que te
había dicho de todo, te mete la mano por detrás en tu pantalón y
te hunde violenta y profundamente un dedo en el culo. Gritas del
dolor, te das vuelta, abusado, corrompido, penetrado y el tipo se
pierde entre la multitud en un pogo zarpado. Ya no te importa más la
banda. El tipo del revólver, sí, el del subte, está al lado tuyo.
Te mete la mano por debajo de la remera y te aprieta fuerte una
tetilla, le querés sacar la mano, y el hombre que te golpeó en el
subte desde atrás, te pega un cachetazo en la oreja que te la deja
toda caliente, y se acerca nuevamente y te dice “Te dije que te
quedes chito, mariconcita”.
No sabés dónde tocarte del dolor, si
en el culo, si en la oreja, o en tu hombría.
Salís de entre la gente, llegás a la
barra, pedís un vaso de agua, te lo tomás y te vas.
Salís a la calle.
Te quedaste sin guita porque sin que te
des cuenta, te chorearon en el tumulto.
Te duele la cola.
Vas a la parada del colectivo y ves ahí
pequeños volantes pegados con tu número de teléfono y una foto
tuya desnudo tirado en tu cama. Se lee “PUTITO” en el papel. Los
arrancás desesperado.
Seguís caminando, esto es tu peor
pesadilla, ¿No? Y llegás a otra parada, y ves que hay el doble de
papeles pegados, todos con tu foto, todos con la palabra “PUTITO”.
Corrés hasta la esquina, hay un
policía de guardia. Le contás todo lo que pasó, el policía te da
un abrazo. Le describís a las personas, les decís dónde están.
El policía te mira de arriba a abajo y
te dice que tendrías que haber salido vestido más formal, y reprime
decirte “No con esa ropa de putito”. Lo ves en sus ojos.
Pero de su boca sale un simple “No
puedo hacer nada”.
Te vas. Llegás a tu casa.
Y quizás, considerás que la próxima
no tenés que salir vestido como un putito.
2 comentarios:
Brillante Juan!
Man, sos un Crack! Nos estamos viendo.
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