Yo soy un fanático.
Le grito cosas.
Le tiro besos.
Soy un fan.
Le digo que la amo.
Le excuso cualquier cosa.
Le perdono todo.
Te argumento la perfección de un gobierno: DE UN GOBIERNO, LA PERFECCIÓN. ¿ENTENDÉS?
La miro y me pongo a llorar.
La extraño más que a mi viejo.
La valoro como si fuera mi familia.
La adoro.
La quiero.
Me vuelvo loco cuando le hacen algo y la quiero cuidar hasta el último de mis días: no hasta el último de el de ella, hasta el último mío.
Quiero que siempre esté bien, que siempre esté feliz.
Quiero que la quiera todo el mundo, mejor si es por las buenas, pero sino que sea por las malas.
Yo la escucho y siento tantas cosas que no sé por dónde empezar.
Yo le valoro la entrega total y absoluta que hizo por todos nosotros y por todos esos y esas que económica o socialmente, están por debajo de nosotros y nosotras.
Yo la tengo en mi más alta estima.
Yo quiero que todos seamos nosotros. Y nosotras.
Yo quiero que sea presidenta.
Yo le digo mi Jefa porque soy un soldado de ella, y voy al desierto con una anchoa si me lo pide, porque sé lo que hizo, sé lo que quiere hacer y sé que lo que no salió o no se pudo no fue por ella.
Yo tuve la suerte de tenerla cerca.
Yo tuve la suerte de tenerla muy cerca.
Yo tuve la suerte de poder hablar con ella.
Yo tuve la enorme, enorme, enorme suerte de poder hablar con la Madre de mi Patria.
Y les juro que somos muchísimos y muchísimas los y las que estamos acá de paso y sabemos que la vida es una tormenta en la infinitud de la galaxia y que no queremos ni vamos a perder más el tiempo.
Es urgente.
Y es ella.
Por ella.
Y es ella.
Por ella.
Y con ella.
¡Viva Cristina, carajo!
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