No cometamos el error de suponer que nosotros somos feos.
No cometamos el error de creer que tenemos que cambiar.
No cometamos el horror de sabernos menores, inferiores o hijos de los demás.
No cometamos la payasada de entender que algo pasó: nada pasa, todo se hace y La Bestia tiene hambre.
Nosotros, la gente de la tierra baja, amigos del resto, varones y mujeres con agallas y pocos dientes, bailando el ritmo de las cucarachas, podemos y debemos hacer temblar a la tierra.
Es nuestro deber histórico, siempre tener el chiste a mano, y permitir el paso rampante y triunfal de la comedia sobre el drama y poder tener humor negro aún en la peor de las escenas.
El teatro corre el telón y era un velo en los ojos y entendíamos así que los vecinos no eran vecinos sino monstruos, monstruos, monstruos, monstruos como nosotros, monstruos como vos y yo y como será la descendencia si no se la domestica con el fustazo del único amor verdadero y la mano grande del calor lleno de callos por obra del labor.
La Bestia siempre tiene hambre porque no conoce de saciedad, es adicta al dolor y se viste de traje, camisa celeste y se corta el cabello cortito (una vez por semana). Te sonríe vendiéndote una tele a pagar en cuatrocientas treinta y dos cuotas con intereses salados: su interés es no que pagues más sino que siempre pagues, pagues y pagues porque de drenarte se trata el juego macabro.
Drenarte de energía, drenarte de amor, drenarte de dinero y el dinero, ay, dinero dinerito, podría romperte con dos dedos o ahogarte en el agua sucia de una alcantarilla pero NO, te cuidaré, te besaré, te rezaré y no voy a permitirme dormir sin pensar en mañana volverte a ver porque TE AMO DINERO.
Te amo, y necesito más de vos, en esta relación no correspondida.
Nosotros, los valores en caída del bien: los buenos, los lindos, los felices, los que mientras nos rompen el cráneo con el diario del domingo (del lunes, del jueves, del miércoles, del sábado, del martes y del viernes), seguimos teniendo una flor en el hojal, maravillosa flor, madrina de canciones y loas y añoranzas por volver, volver, volver, volver y volver, y volver a qué, volver a ser felices, volver a ser personas, volver a volver, ni a palos, VOLVER A SER.
De eso se trataba la obra, y tenía un montón de actores, algunas haciendo sus roles con hidalguía y otros trotando con caballos a la salida de la función: puede sacarse una foto sobre el caballo o de la mano del burro dominado, blanco, triste y patético que no sabe para qué nació pero no fue para mortadela vendida a 8 pesos los 100 gramos en el amigo oriental chino del supermercado y sus deliciosos caramelos de amistad y fraternidad internacional.
¿A qué vamos?
No lo sé.
Pero lo que sí sé, es que VAMOS.
Porque si no vamos, no vamos a saber volver.
Y mientras se levanta a la faz de la mierda una nueva y morbosa nación, la de ellos, no nos vamos a quedar callados.
O sí.
Pero siempre con un chiste en el bolsillo.
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